sábado, mayo 28, 2011


Ocultó las magulladuras de sus labios debajo de un rouge del mismo tono que la carne viva. Ella se había ido perfeccionando hasta ser una superlativa artífice del ocultar, atormentando su intimidad y sus ratos frente a sí misma. Ella sabía que el rouge le secaría más los labios, destruyéndoselos por completo y que en sus momentos ante el espejo, las gotas espesas, gruesas y cruentamente puras comenzarían a brotar de las grietas, caerían en la pileta de lavarse las manos e inundarían todo el mundo de soledad.

Ella habla conmigo. Y luego yo hablo de ella, de una persona sola, increiblemente sola.

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