viernes, junio 26, 2009

El yo-yó

Un hombre compra el regalo de cumpleaños de su hijo en una juguetería antigua. De todas las preciosidades, elije un yo-yó. Un firme, añejo y colorado yo-yó de madera. La marca imborrable de un niño, seguramente el dueño anterior aún desprovisto de arrugas y canas, colgaba del extremo del hielo color crema.
El yo-yó, siguiendo con la idea, le fue entregado en su envase original: una caja pequeña cuadrada, pintada como si fuera el bagón de un tren de circo de los de antes.
El señor sale de la juguetería con el paquetito en una mano. Sube a su automóvil y lo deposita sin preámbulos en el asiento del acompañante.
Baja en su casa y lo guarda en el guardarropa de su habitación.
Al día siguiente se lo entregaría a su hijo y sería un regalo más.
Esa noche, cena con su familia y se acuesta una hora y media después, de su lado de la cama como siempre, con su misma mujer de siempre.
Después de ella terminar de leer la última sección de la revista, besa a su marido en el hombro y apaga la luz. Él hace lo mismo.
Cierra los ojos y se dispone a dormir como aburridamente hace siempre. Pero, a los quince minutos de luchar contra miles de fantasmas psicoactivos, se da cuenta de que no puede dormir. Se voltea en la cama, haciéndola rechinar y sacudiéndo un poco a su momificada esposa. Fuerza a sus párpados a permanecer cerrados, tontamente los apreta por momentos. El sueño no llega.
Vuelve a colocarse finalmente boca arriba, y enfrentándose a la realidad con forma de techo, permanece con los ojos abiertos, mirando fijamente a una de las aspas del ventilador que gira densamente.
De pronto, siente que el armario late. Recuerda al yo-yó. No sabe si por aburrimiento o qué, se pone a imaginar desde la cama el interior del armario, la disposición de las cosas. Recurriendo a la memoria visual, imagina las cajas apiladas y cada uno de sus colores. Cuenta la caja de pañuelos de ceda de su mujer, más arriba los borcegos holandeses que le quedaron chicos, un poco más arriba el costurero y ahí, a dos cajas de altura de diferencia, acomodada, la bolsita pequeña con la caja de circo miniatura y el yo-yó antiguo, rojo y brillante.
En un pestañazo la imagen de sí mismo jugando con el yo-yó, lo invade completamente. La imagen empieza a tornarse sensorial y auditiva:
Él y una habitación vacía. Mas a oscuras que prendida. Un haz de luz, con tiznes de polvo frío, es lo que ilumina a su silueta que hace bailar al yo-yó de arriba abajo con curiosa gracia. El sutil bamboleo que hace su muñeca lo cautiva. Círculo rojo infinito da vueltas y vueltas, y vuelve a su mano sin hostilidades y se aleja luego, de ella, como si nunca la hubiera querido.
El latido dentro del armario era cada vez más fuerte, y cada vez alejaba más al hombre de consigliar su sueño.
Decidió pararse subitamente de la cama y abrir el ropero.
Tomó el diminuto bagón de circo diminuto de la bolsa, y lo abrió. ´
Sacó el yo-yó.
Lo sostuvo en sus manos, comprobando su peso delicadamente. Lo miró unos instantes y desenrrolló el hilo. Como un acto instintivo, intentó meter la punta de su índice en el agujerito con forma de niño. Por supuesto que no entró lo necesario, pero fué suficiente como para poder bambolear al yo-yó pendiente en el aire.
Se encontró a si mismo jugando al yo-yó.
Pasados unos minutos, el latido cesó y el hombre sintió sueño. Arrojó el yo-yó una vez más hacia abajo, y dolorosamente, el hilo se cortó.
En primer lugar, la bronca del hombre.
En segundo, su entrada en razón de que era estúpido enfurecerse por un yo-yó.
En tercero, el análisis minucioso de la situación en la que se encontraba:

El hilo se habia cortado por la mitad. Esto significaba que una parte había quedado amarrada al yo-yó, por entre la hendidura del medio.
El problema del hilo roto era fácil de solucionar. Compraría otro y lo amarraría de igual forma. El problema era que el extremo viejo aferrado al yo-yó, se veía. Y se vería aún más si se agregara un segundo amarre. Pero como la hendidura era tan estrecha, era imposible introducir una tijera para cortar el nudo.
Analizó las posibles soluciones:

-Convencer a su hijo de que no se había olvidado de su cumpleaños, si no que se produjo una alteracióninesperada en los planetas y su cumpleaños se postergó un día más, (Y así salir a comprar otro regalo sin decirle a nadie nada acerca de algún yo-yó).
-Romper a martillazos el maldito yo-yó, por el solo hecho de ser un objeto que subversivamente trata de ir en contra de la filosofía, quién predica que siempre hay un paso más allá de "cualquier situación" , y decirle a su hijo que su idea era que él lo acompañase a él mismo a comprar el regalo-
-Denundiar al vendedor de juguetes antiguos GASTADOS, y exigirle que a cambio, le dé un
valero-
-Reconocerle a su hijo que usó el yo-yó antes de entregárselo, pero advirtiendole que le hubiera pasado lo mismo a él de todas formas-
-O entregarle sin más el yo-yó con el amarre roto... y ENSEÑARLE QUE EN LA VIDA ESTÁN LOS QUE LLEGAN ANTES A LAS COSAS-

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tus palabras me regalan pura fotografía...es que tus descripciones me invitan a imaginarlo todo en mi cabeza, en detalle, en color, como en un escenario, o como si todo esto fuera una foto de esas que conservamos año tras año, en alguna caja, entre las hojas de un buen libro, para así encontrarlas despues de un tiempo sorpresivamente, mirarla detenidamente como si fuese la primera vez, deleitarnos, volver a guardarla, olvidando que está ahí(sólo para volver a sorprendernos), pero recordando que está ahí (sólo para sentir el sustento).


puse siguiente blog, siguiente blog, y me encontré con el tuyo,te siento conocida, pero no me importa, este espacio está encantado.

Anónimo dijo...

seba

http://www.youtube.com/watch?v=Euc9MMRtuSg&videos=6AwsHqqAq5M&playnext_from=TL&playnext=1