domingo, noviembre 02, 2008

Parte XI


Quizás hablaría bien de mi hombría y de mis logros, si dijera que todas las noches posteriores, Graciela se mudaba a hurtadillas a mi habitación y me permitía tenerla. Me ganaría la aprobación y las felicitaciones de muchos hombres, y la intriga voráz de muchas mujeres por el acabado nobelesco (aunque muchos hombres disfrutan de la misma manera estas cosas). Esta es mi historia y podría inventarla y depositar mis anhelos y mis sueños y mis deseos (que nunca fueron), y hacerlos realidad con simples palabras que los afirmaran.Pero no.Graciela nunca se mudó a mi habitación, ni me tomó de la mano, ni me dejó rozarle un brazo. Tampoco me habló palabras de amor y solo me sonrió un par de veces. Pero yo la quice y la deseé y la inventé conmigo...siempre en silencio. Era mirarla e imaginar el resto de mis días enredado en su pelo y disfrutando de su inteligencia en forma de palabras. Y en esos momentos, ni la casa humilde, ni Prudencia existían. Ni siquiera Agustín. Ni siquiera el hecho de que fuera de otro hombre. Eran deseos ilimitados, ganas fervientes... que me transportaban a una realidad irreal, a una dimensión solo mía (y de ella, en el caso de que quiciera visitarla). Era tener la convicción en los puños, de que solo me bastaría una mirada de complicidad, para cargarla al hombro y llevarla conmigo al infinito. Pero ese papel heróico no me queda bien. Nunca me quedó bien... sobre todo por que creo que nunca tuve que salvar a nadie de nada.Graciela hacía que me olvidara de Clara y de mi casa y de mi miserable vida de ebanista. Hacía que mi todo fuera el momento. Y yo, adentro mío y en este libro, dejo asentado que le voy a estar eternamente agradecido.
Volví a mi casa con la cabeza seccionada en varios distritos.Recuerdo que quizás fue por la distancia, por los días de obligada lejanía, que esperaba que al llegar Clara no fuera la Clara que había dejado poco menos de un mes atrás. Pero como tres semanas no hacen magia, ni los muertos pueden volver a la vida; Clara fue la misma de siempre.Lo que si sucedió, fue que noté por primera vez lo anciano que se había puesto mi abuelo. El día que volví, tenía puesta una camisa toda remendada por Clara, unas sandalias arruinadas, y la espalda llena de tiempo. Supe, entonces, que mi abuelo se iba a morir.De ahí en adelante, me propuse hacer con él lo que no había podido hacer ni con mi abuela, ni con mi mamá: iba a procurar invertir todos mis esfuerzos físicos y mentales, en poder aprehender en mi recuerdo todo lo más que pueda, cada última cosa por más pequeña que fuera que mi abuelo hiciera en vida.Y lo logré.
Los últimos meses de mi abuelo, fueron los más pintorescos para mí.Tomaba wisky después de la cena, se abrigaba unicamente cuando la temperatura era menor a los siete grados. Era un hombre robusto y generoso. Cuando sonaba un tango cerca o lejos, la nombraba a mi abuela, y bailaba haciéndola del aire.Yo se que la quizo mucho. Supieron mantenerse juntos, aprendieron como hacer de la vida de cada uno de ellos, un camino compartido. Me enseñaron gran parte de lo que soy en el presente. Otras dos personas a las que, en este libro, les agradezco profundamente haber hecho de mi ésto que, entre escombros y cicatrices, entre risas repentinas y momentos en los que en minutos creí haber vivido años; Soy.

2 comentarios:

Apsara dijo...

hola, me he quedado atrapada en tu blog, o seguire de cerca si no te molesta.

que estes bien.

Eydie Harlow dijo...

Hola. Gracias x pasar. Me llaman las atención tus imágenes. Te estoy leyendo del principio.
Un beso.