domingo, octubre 19, 2008

Parte I


La veo quedarse detrás de la pared vidriada del jardín de invierno y es entonces, cuando experimento la bronca mas grande y la debilidad simultánea, que me convierte en un objeto inanimado, inoperante, inerte, estaca, roca, en el ojo de un muerto, en lo común que tienen todos los objetos (muebles e inmuebles) entre sí.

Acomoda tazas y platos de té en la bandeja. Como segundo paso, utiliza la destreza que solo pueden presumir las manos blancas y por siempre vírgenes de una mujer, levanta la zucarera y evalúa la cantidad dentro. Si la satiface, la acomoda mecánica pero no por eso desencantadamente, en un rincón de la bandeja que trasladará; De lo contrario, se dispone a llenarla y hace esto con la tranquilidad desesperante con la que los que agonizan, agonizan.

Recuerdo haberla escuchado despotricar a mi tía Úrsula una tarde hace muchos años, entre indignada y no tanto, en una charla de café (o té; para ser franco, no lo recuerdo) contra una vecina, la esposa de Abel César, recriminando para todos los presentes que nos era inevitable mirarla como hipnotizados desperdigar hilos e hilos de voz y de gestos, lo innecesario o inútil que veía que esa mujer existiese en el mundo. Defendíase, diciendo que no creía haberse cruzado con una persona que albergara una vida tan vacía, tan predescible, tan falta de acontecimientos abruptos. Y recuerdo que mi tía Úrsula se animó a decir que esta vecina, esta pobre mujer, era una muerta en vida. Yo tendría siete, ocho o nueve años, no más. Entre lo puro de mi conciencia, la inocencia concentrada, el juego invencible, autos con ruedas de madera y soldaditos sin piernas(convalescientes por culpa de mi hermana menor y no por la guerra del Golfo o de algún otro lugar difícil de ubicar en un mapa), guardé el concepto (aunque la muerte aún era algo impensable, inventado, que solo ocurría cuando terminaba un libro de detectives, una historieta de superhéroes o uno que contenía la vida y obra de algún prócer) del muerto que vive.

Pues, cuando veo a Clara detrás de la pared vidriada del jardín de invierno, me acuerdo de mi tía Úrsula, de su budín enterrado en las encías y del muerto que vive.

Yo supongo que me fijé en Clara por que la encontré tocando la armónica sentada en el regazo de mi abuelo la mañana que en vez de yo ir a la escuela, mi tía Dionisia me llevó a lo de mis abuelos por que mi madre (que también fue padre) se había ganado un viaje con estadía, todo pago, al hospital psiquiátrico. Ella decía que su locura habia nacido el día en que se dió cuenta de que se iba a morir en algún momento. Nunca más, a partir de ese momento, pudo vivir sin pensar en morir. Supongo que debió haber tenido bastante castigo cuando pienso en que vivir cada momento rebalsante de placer es directamente proporcional a la angustia que le genera a uno al pensar que una vez muerto, eso no se va a repetir. Si esa mujer no hubiera tenido un hijo, sería digna de mi compasión, de mi pena y mi intención por hacerle ver que de una u otra manera la muerte es inevitable y que vivir la unica oportunidad de vivir que una persona tiene, pensando en el obvio final es completamente anclante...pero da la casualidad, de que ese hijo soy yo.

Bien. Clara era la hija de una socia de mi abuelo, que también por esos días murió, al igual que mi madre, pero con la diferencia de que la mamá de Clara tuvo flores y un cajón. Lo curioso es que conocí a Clara, el mismo año que aprendí lo que era un muerto en vida. Y hoy, siento que es la muerta en vida que se lleva consigo mis años, mis vivencias, mis fantasmas, mis vergüenzas, mis logros, mis luchas, mis silencios y mis llantos, mis mañanas vacías y mis noches de constante verbo y vino. Es la muerta en vida, que se lleva la mía. Además Clara ya no es clara. Ni cuando habla ni cuando deja de hablar con los labios y pasa a la instancia que toda persona pasa en algún momento, que es la de decir con el silencio, con el simple acto de pelar una naranja, de embeberse pura y exclusivamente del encanto que le concede el propio cuerpo en movimiento, de perfumar el ambiente no con aliento sino, únicamente, con el aroma a jazmín que cuelga de su cuello. Simplemente, riega las plantas y rocía sus hojas con un rociador naranja de plástico que no le queda nada bien, que la hace fea, vieja, idiota y...muerta. Ahora simplemente, me da una palmada en el antebrazo y posteriormente un beso en el lugar de la mano que golpió (por que no puedo leerlo como otra cosa que un golpe) mi piel, un beso fruncido, agrio, desteñido; Y se da vuelta y se duerme, o yo por lo menos supongo (y aveces es que prefiero suponer) que es sueño. Aunque por momentos, Clara pareciera no respirar. Su sueño es tan manso, su quietud es tan trascendente a la noche y al calor y a los mosquitos y a mi...que pareciera que hasta haya perdido la gracia del respiro. Es como una cicatríz recostada a mi lado, en camisón y con el pelo recojido. Es eso, una cicatríz muerta.

Mil veces fantasié con recorrer el tramo desde mi sillón hasta la misma baldoza de siempre, que me permite verla y que hace que Clara para mí tenga un sólo ángulo cuando esta detrás de la pared vidriada del jardín de invierno, y golpearle la cara y el cuerpo hasta ver que sangra, que la cicatríz vuelve a sangrar, para confirmar o no que está muerta. Otras veces, cambié los golpes por un arrebato viril y animal, y fantasíe con arrancarle cada botón de ese maldito vestido y arrancarle la carne a besos y a mordiscos y que ella quede tan exausta que ni siquiera pueda empuñar ese asqueroso rociador naranja.

Pero ambas cosas se desintegran al punto de producirme una vergüenza avasallante que gana mi terreno desde los pies, cuando me hago la simple pregunta: ¿quién puede golpear a un muerto?, ¿y hacerle el amor?

Supongo que por eso me da tanta bronca verla con sus plantas y su vestido. Por que es una muerta. Y los muertos son inabordables. Uno no puede (mientras esté en su sano juicio) hablarle palabras de amor a un muerto, no puede hacerle el amor a un muerto, no puede moler a golpes a un muerto...por que lo primero sería un martirio, lo segundo una enfermedad, y lo tercero una redundancia. Si tengo que elegir entre esas tres palabras, me quedo con la última... pero la misma tampoco me parece algo muy útil.

Toda esta primera parte de mi historia, hace que recuerde más de lo que creía estar recordando. Por que hablar de mi tía Úrsula, de los muertos, de la muerte en vida de mi Clara, del jardín de invierno, de mis soldaditos convalescientes por el persistente interés de Martina en ellos, del rociador naranja, de mis fantasías y de mis broncas; Hace que me sienta increíblemente importante para el que esté leyendo esto, aunque el único que lo lea sea yo mismo. Supongo que cuando uno nunca tuvo padre, su madre desapareció detrás de la puerta que cruzan los incomprendidos (y que por eso, son "albergados" bajo la tierra de nadie), su esposa es una muerta en vida que rocía plantas con un rociador naranja, un delantal celeste gastado, un vestido abotonado adelante con flores y una mirada seca y nublada y las ganas de siempre de tener hijos, se han ido transformando en hechos de nunca...uno necesita de un brisa aunque sea, breve casi imperceptible, que lo haga sentir importante y vivo.

Bienvenido entonces, a mi historia.

1 comentarios:

/reshi dijo...

aca estoy leyendo la historia, confieso mi cansancio asi que... ire despacio. :) muy lindo tu blogspot. me encanta como esta redactado de abajo hacia arriba. yo tambien tengo 19 y tambien soy de cancer. :) un gusto.